«Pensar/ Transferir/ Actuar» – Entrevista con Felipe Castelblanco

Por Carolina Martinez
En estos últimos meses el mundo entero ha estado contando una historia en conjunto sin tener que haberse puesto de acuerdo. Usualmente, los diferentes relatos y sucesos que tienen lugar en diversos lugares son reunidos bajo una narrativa en común que se interpreta como la realidad de un momento, espacio y tiempo.
El programa “COINCIDENCIA” quiere en este momento posibilitar el encuentro de ideas, ilusiones, miedos, críticas y diferentes formas de expresión humana y artística para discutir en conjunto qué nuevas maneras, modelos y lenguajes podemos proyectar para un mundo post-Coronavirus.

CAROLINA MARTINEZ: Estamos en un período de adaptación colectiva, en un momento alrededor del cual ya se ha reflexionado bastante acerca del impacto individual y global, donde estamos logrando ver una transformación y, con esta, los peligros del cambio. ¿Podemos reconocer esta peligrosa potencia? ¿Dónde y de qué maneras se manifiesta esta latencia?
FELIPE CASTELBLANCO: Supongo que hoy más que nunca, el mundo se ha cerrado sobre sí mismo. Con esto, quiero decir que las personas de todo el mundo pueden comprender el planeta como un sistema vinculante e interconectado de formas en las que antes no podíamos hacerlo, aunque antes también teníamos globalización, gravedad y a Elon Musk.
Por un lado, tal vez un lado positivo de la pandemia sea darse cuenta de que sólo un esfuerzo (o sacrificio) real coordinado entre todas las sociedades puede ayudar a contener las amenazas planetarias. Hemos visto cómo se propaga un virus, ciudad por ciudad, y cómo todos estamos en riesgo. La única esperanza es que nuestros vecinos, por puro sentido común, adhieran a las mismas reglas que nosotros. Sin embargo, el reto es que todas las distancias han colapsado y, de repente, nuestros amigos en Sydney y L.A están mucho más cerca que los que viven al otro lado de la calle, los cuales, quizás por «miedo de contagio» puede que ni siquiera saluden. Paradójicamente, estos amigos distantes, pero «conectados», no nos ayudarán a votar por el próximo líder responsable para nuestras ciudades ni a apoyar a la pequeña librería, a la tienda de artesanía o al centro comunitario en nuestros barrios que están batallando por sobrevivir.
Por otra parte, esta situación nos recuerda que somos residentes temporales en este mundo y que la pandemia hace que todos nuestros sistemas y culturas sean fugaces, frágiles o incluso completamente innecesarios. ¿Es cierto que tenemos que viajar a través de ciudades ajetreadas para asistir a una charla, una reunión o, incluso, volar cientos de kilómetros para venir a ver y ser «vistos» en eventos de arte que están de moda? Este período reveló lo mal equipados que estamos la mayoría de los sectores culturales cuando se trata de ayudar a conectar escalas temporales más amplias o a circular mensajes con medios distintos a una pantalla digital. Es como si muchos de nosotros hubiéramos olvidado las lecciones de los últimos siglos, donde también hubo pandemias, viajes limitados, pero también muchas maneras en las que las personas se mantenían conectadas, creativas y responsables frente a su contexto local y momento histórico. Tal vez con una economía lenta y una creciente crisis energética y climática, al final del día las pantallas se apaguen para siempre y las imágenes y palabras de este período también desvanezcan. Me temo que el Covid-19 no será recordado por la libre producción de movimientos creativos y culturales, sino por el hueco que los medios sociales dejarán atrás una vez que sus servidores necesiten ser borrados para dejar espacio para otro evento mundial.

CM: La apertura de lo que sucede en los ámbitos del arte y la ciencia y, en general, del conocimiento, se ha logrado gracias a la comunicación y, sobre todo, a la transmisión. Esto es lo que «COINCIDENCIA» ha propuesto desde sus inicios como programa. En este sentido, el intercambio se ha manifestado en viajes, residencias, exhibiciones y otros proyectos: instancias que hoy han tenido que buscar una reconfiguración. Frente a este nuevo escenario, ¿cómo cree que podríamos lograr este intercambio hoy y en el futuro? ¿Qué nuevas experiencias pueden tener un impacto en la transferencia?
FC: No hay duda de que algunas cosas dejarán de ser tan globales como antes. En este caso, los intercambios culturales internacionales sufrirán enormemente, mientras que, quizás, los formatos de internet para eventos e intercambios culturales se harán más populares. Por ejemplo, anoche asistí a una «apertura virtual» en Karlsruhe (Alemania) justo después de una reunión con jóvenes cineastas en Colombia, todo ello sin salir de mi estudio en Basilea. Obviamente, estos formatos online abren el campo para que nuevos y antiguos creadores, audiencias y stakeholders se reúnan de manera más inclusiva. Sin embargo, para mí, los problemas siguen siendo: ¿qué pasa con aquellos que tienen acceso limitado a internet? ¿O cómo garantizamos que la experiencia se mantenga y que los diálogos conduzcan a la acción en mundos offline?
Antes teníamos apoyo para la investigación por medio de viajes de campo o residencias para artistas y curadores. Ahora tenemos que ser flexibles y considerar el apoyo a la investigación remota, incluso online; involucrar a los que viven en los lugares objetivo como coproductores/coinvestigadores; cambiar la lógica del creador como una identidad que ofrece resultados acabados o únicos por una que acoge montajes hechos por comunidades y creadores que inician procesos, produciendo múltiples respuestas y estableciendo investigaciones o intercambios recíprocos. También es el momento adecuado para traer de vuelta el arte postal, las instrucciones performativas y las reconstrucciones, o los formatos de publicación DYI que pueden ser reimpresos en cualquier lugar y, con ellos, volver al camino creativo que les permite a los artistas/creadores/agitadores una reconfiguración completa de la autoría.
CM: La inestabilidad que el mundo, y cada uno de nosotros, está sintiendo nos hace conscientes de nuestra fragilidad, haciendo que el futuro vaya adquiriendo un nuevo significado. Nos hemos detenido juntos y estamos en un tiempo que podríamos llamar «de espera». ¿Cómo has manifestado en tu trabajo este presente que, de alguna manera, por ahora sólo se tiene a sí mismo? ¿Es posible pensar en el futuro y, con ello, imaginar las nuevas formas que podrían adoptar tus proyectos?
FC: A mi modo de ver, la pandemia ha puesto en peligro el futuro, pero también las proyecciones, valores y modelos que habíamos construido en torno a la profesionalización artística, a la productividad como visibilidad o, incluso, al emprendimiento cultural. Creo que mi trabajo «futuro» es precisamente deshacer mis propias expectativas y mi confianza excesiva en aquellos valores que a veces colocan la «creatividad como productividad» y que apreciamos en las esferas culturales europeas.
Prefiero ser movido ahora por la urgencia que por la necesidad de mantenerme productivo como forma de permanecer visible en nuestras redes culturales. Por ejemplo, justo antes de las medidas de cuarentena, yo estaba filmando y haciendo trabajo de campo en la Amazonía colombiana como parte de un proyecto apoyado por COINICIDENCIA. Pocos días después de mi regreso a Basilea, y debido al aislamiento en Colombia, los incendios forestales se reavivaron, la presencia paramilitar aumentó y las operaciones mineras se reanudaron cerca de la ciudad de Mocoa. Con mucho tiempo en mis manos, y mientras estaba en cuarentena en Basilea, me concentré en editar y distribuir silenciosamente muchos video ensayos cortos como forma de apoyar a mis colaboradores indígenas en la región. A veces, me sentía desconectado de los discursos más intelectuales y críticos sobre las culturas online, el rediseño social, el decrecimiento, etc., que aparecían en las cuentas de Instagram de mis compañeros, de las galerías y museos en todas partes. Dependiendo de cómo lo veas, estos dos meses pueden haber sido para mí tanto artísticamente «improductivos», debido a mi reticencia a involucrarme con el «mundo del arte» de las redes sociales o, por el contrario, extremadamente creativos porque fueron alimentados por una innegable urgencia.
Como artistas, creo que tenemos que detenernos un segundo y pensar dos veces por qué es que nuestras industrias creativas son consideras no esenciales. Desde cuándo el tipo de viaje que hacemos por trabajo depende, en la mayoría de los casos, únicamente de aerolíneas que consumen una gran cantidad de combustible y subvenciones fiscales. Y, finalmente, ¿por qué nos hemos vuelto tan dependientes de la continua «producción creativa» para permanecer visibles y alimentar nuestras voraces máquinas culturales? Claro, yo no es que tenga una base moral superior en esto. En cambio, soy un artista emergente con sólo un montón de millas aéreas para demostrar mi humilde éxito. En cualquier caso, cuando miro hacia atrás en los últimos dos meses, ningún futuro parece más prometedor que un pasado donde había un sistema de bienestar social más fuerte, cuando las sociedades utilizaban menos combustibles fósiles, cuando comunidades remotas todavía disfrutaban de alimentos y soberanía territorial y, finalmente, cuando no todo el arte relevante estaba colgado en un muro de Instagram o de Facebook.

CM: El arte activista en el espacio público intenta generar cambios, pensar en sistemas y procesos, y en abrir una ventana de reflexión y crítica en las personas. ¿Cómo se puede reocupar este espacio común con cierta libertad (sabemos que en realidad no lo es) después de que el sistema artístico y su forma de comunicarse, expresarse y crear ha estado transformándose? ¿Puede el artivismo volver a esforzarse por la emancipación de los cuerpos y de la sociedad? ¿Cómo?
FC: Aunque el arte y el cambio social suenan como buenas palabras una al lado de la otra, no podemos esperar que una venga con la otra. Muchos artistas-activistas en realidad luchan por encajar en esferas artísticas bastante limitadas: academia, mercados, instituciones culturales o, incluso, en un espacio público urbano muy regulado. Tal vez, los artistas aún no se han emancipado de las limitaciones de nuestras propias e inventadas tradiciones culturales que paralizan. Desde esa posición, a menudo nos sentimos impotentes para producir un discurso político más amplio, ofrecer ideas concretas para influir en la política o transformar eficazmente la gobernanza, incluso cuando estamos luchando por el cambio social. Sin embargo, a medida que los límites profesionales se difuminan, creo que los artistas también pueden infiltrarse o incluso cooperar más estrechamente con las estructuras estatales, pero sólo si reconocemos que lidiar con el poder y con la información de manera efectiva es también una actividad creativa en la que vale la pena invertir nuestro tiempo. Como lo dijo Nato Thompson, el problema es que «ver el poder» es una habilidad artística esencial que rara vez se enseña en las escuelas de arte o es algo rentable para galerías o coleccionistas, por lo que sigue siendo un método creativo con poca adherencia. Claro, sería bueno que más profesionales del arte vieran los proyectos del «artivismo» como cursos de choque sobre el poder y que los críticos dejaran de lado sus autoindulgentes análisis culturales que suelen hacer que estas prácticas sean menos provocativas o un poco didácticas (como en el arte basura).
Por lo tanto, los artistas movidos políticamente, así como cualquier otro profesional, necesitan encontrar valores en comunidades, procesos y actitudes paralelas fuera del campo artístico y, con ello, ser capaces de desafiar el predeterminismo autoimpuesto, la presión económica y las expectativas estéticas. En otras palabras, mantener una práctica porosa y la puerta abierta para intercambios improbables y la cooperación entre disciplinas puede elevar el potencial del arte para contribuir al cambio social. Hay varios casos en los que los artistas han trabajado estrechamente con grupos políticos o han ganado una voz política (piensa en el Partido Verde de Joseph Beuys o en el terrible ejemplo de Hitler como pintor frustrado convertido en dictador). No obstante, hay menos casos en los que los artistas realmente han contribuido a nuevas estructuras sociales o se han involucrado en el poder y en los esfuerzos de construcción del Estado como arte. En su sentido más literal, escritores como Tirdad Zolghard o Suhail Malik han discutido este asunto e incluso han defendido un tipo de arte como un arte de gobernar, lo que significa formas emergentes de prácticas creativas que combinan el activismo, la creación de arte, la política y la crítica cultural en una mezcla que ofrece modos artísticos totalmente equipados para interactuar con aparatos estatales altamente tecnocráticos. En este sentido, lidiar creativamente con el poder se vuelve tan, si no más importante, que lidiar con la creación de significado.
Para artistas como yo, trabajando en temas de justicia social y ambiental, esta es una oportunidad para repensar nuestras tácticas, pero también para prepararnos para una batalla aún más dura, a nivel de poder y significado, que aún está por venir. Incluso en los últimos dos meses, hemos visto un rápido cambio en el equilibrio de poder entre las regiones y cómo, de repente, la pandemia ha ayudado a las prioridades económicas de los estados neoliberales, al mismo tiempo que niega todos los recientes llamados a la acción de las iniciativas comunitarias que luchan por el cambio estructural de la sociedad (de Santiago de Chile a Bogotá, Basilea a Johannesburgo, o Hong Kong a Minneapolis).
Ahora debemos ajustarnos rápidamente a las nuevas reglas y a las nuevas demostraciones de poder. Esto hará que el mundo posterior a la pandemia sea mucho más duro para aquellos que todavía trabajan y resisten a las desigualdades sociales, las industrias extractivas y a los políticos debilitantes que venden políticas de recuperación engañosas. Mientras tanto, los artistas, como casi cualquier otra persona viva hoy en día, pueden elegir una vida de servicio a la sociedad y, a través de ella, producir nuevos valores, situaciones, códigos culturales, metáforas y, lo más importante, alianzas nuevas y duraderas.
CM: Las experiencias de intercambio y diálogo son fundamentales en tu práctica. ¿Has pensado en nuevas formas de incluir esta crisis y este cambio en tu acción? ¿Cómo generar el intercambio de experiencias, pensamientos y culturas en el futuro próximo?
FC: Quizás el Covid-19 finalmente le puso fin al ritmo acelerado de la vida moderna, obligándonos a resguardarnos y a restablecer nuestra comprensión sobre las interacciones sociales y la cantidad de espacio necesario para continuar con nuestras vidas. Durante los dos últimos meses, hemos disminuido la velocidad y mantenido las medidas de distanciamiento social mientras el mundo industrial, y algunas de sus terribles prácticas, se han acelerado. Por ejemplo, el número de delitos no denunciados contra las personas y la naturaleza en la Amazonía colombiana, donde los conglomerados de multinacionales extraen sin parar petróleo, agua y minerales, se han aumentado, mientras que activistas, periodistas y ONGs no han podido hacer su trabajo debido a la cuarentena.
A lo largo de esta crisis, he estado pensando cómo la mayoría de los creativos pueden disfrutar de temporalidades casi completamente diferentes a las de la mayoría de la gente y sectores. Esta experiencia me ha hecho comprender que, como artistas, hablamos lentamente con el momento y, al hacerlo, contribuimos a la memoria colectiva y multimodal de nuestras sociedades. Por lo tanto, debemos honrar este privilegio con reciprocidad y asegurarnos de que nuestro trabajo permita que otros experimenten la vida o hagan parte de eventos en temporalidades también ligeramente únicas.
En mi caso, he redescubierto el poder del cine y la narración (incluso como no lineal o confinado a una sola pantalla) para llevar a los espectadores a un estado de ánimo en el que puedan mirar la naturaleza con más atención. Donde hay posibilidades de diálogo interno y de intercambio con el mundo fuera de ellos. Además, mi actual investigación me ha acercado al trabajo y al sufrimiento de valientes protectores de la tierra y líderes comunitarios en el suroeste de Colombia cuya lucha debe ser apoyada en todos los niveles, incluso a través de la «traducción audiovisual» de aquello que es conceptual o emocionalmente tan complejo que las palabras por sí solas no pueden transmitir.
Por lo tanto, he empezado a ver mi trabajo también como una plataforma que puede no sólo posicionar mi discurso, sino, también, ofrecer un espacio para que muchas personas puedan sostener un diálogo transformador entre ellas e, incluso, mediar a través de películas y montajes. Supongo que antes de la cuarentena yo ya estaba trabajando en esta dirección al establecer un Colectivo Indígena de Medios en la región Panamazónica, junto con jóvenes líderes inga, siona, awa, kamënstá, quillacinga y nasa, y los artistas Lydia Zimmermann y Camilo Pachón, de Ambulante Colombia. El trabajo que hemos creado hasta ahora es exactamente eso: un relato histórico de lo que está sucediendo en los territorios ancestrales, una representación cinematográfica de un complejo paisaje biocultural y un punto de entrada a las geofilosofías ancestrales de las regiones panamazónicas.
Creo que la mayoría de los artistas estarían de acuerdo en que, aparte de la cancelación de eventos, la presión económica o la complicada logística en torno al cuidado de los niños, la cuarentena no afectó nuestra experiencia del tiempo en nuestos estudios ni el flujo de nuestro proceso creativo. En el mundo creativo, la mayoría de las cosas toman tiempo y necesitan seguir su propio curso. Es por esto que, para mí, el impacto del período de cuarentena se sentirá en otros aspectos de la vida, donde hay una fuerte presión proveniente de la máquina productiva capitalista en la que vivimos. Sólo deseo que esta experiencia de resguardarse en sí mismos haya dejado en nosotros una voluntad duradera de cuidado y atención, nos haya recordado que tal vez necesitemos más tiempo para procesar y entender los eventos de la vida, que 24 horas canales de noticias son por lo menos 23 horas de opinión no solicitada o pura divagación, y que participar en una conversación profunda y transformadora implica un gran compromiso y una reciprocidad real.
